Era una pequeña tienda,
con un gran escaparate, a la derecha y tres pilares donde también habían clavadas
a la pared del pilar, pequeñas vitrinas de madera con su frontal de cristal.
Aquellos pequeños escaparates que enseñaban a las viandantes, si a ellas, porque
eran ellas las que se quedaban mirando esta o aquella prenda que las tenían en
oferta, o simplemente prendas que no tenían una venta mayoritaria, que estaban
ahí para recordatorio de las miradas.
El
escaparate central era la exposición del surtido de la tienda. Estaban las últimas
novedades en mercería. Desde un punto de cruz, hasta una cinta para el pelo.
Pero sobre todo ropita interior. Braguitas sujetadores, bodys, medias,
ligueros, y todo un autentico abanico de posibilidades para combinar.
Por aquellos años, los colores no eran de
moda, y más en esta mercería que por no tener, solo su letrero ponía mercería,
sin más. Solo los colores básicos de toda mujer pudiente, rosa, blanco, celeste,
beige en todas sus variantes y poco más.
Ni siquiera el negro tomaba protagonismo, ya que se le podía considerar como un
color poco pudiente.
Como novedad los pantys, que empezaban a
hacer furor entre las chicas, que ya no tenían que llevar liguero gracias a tal
maravilloso invento. Blancas, Negras, naturales, color carne, azules, y grises.
Esos eran los colores que se estilaban.
Mis paseos se reducían al barrio, donde tenía
controladas todas las tiendas de ropa, zapatos, complementos, y lencerías. Tímidamente
pasaba por delante de ellas, mirando un poco, ladeando la cabeza para fijarme más
en esta o aquella prenda. Así transcurría mi vida.
Poco a poco, las visitas al cuarto de mi
madre, se hacían más repetitivas, sus cajones eran un lujo para mi vista, me
sentía completamente maravillado por tal colección de prendas y mi mente no
paraba de dar vueltas en cómo me podrían quedar tales prendas rozando mi piel.
El primer día fue maravilloso, estaba solo en
casa, bueno, Juani, también estaba, pero realizaba sus labores, con lo cual no
me prestaba ni la mas mínima atención.
Casi de puntillas fui al dormitorio de mi
madre, y allí, como tantas veces había hecho con anterioridad, abrí el cajón de
su ropita intima. Acaricie por encima una de sus braguitas, y en un abrir y
cerrar de ojos, la cogí, metiéndomela en el bolsillo del pantalón, dirigiéndome
rápidamente al cuarto de baño. Cerré la puerta tras de mí, echando el pestillo
para no ser descubierto.
Rápidamente con miedo de ser descubierto, me
quite los pantalones, y calzoncillos, y me puse mis primeras braguitas. Eran
rosas, de blonda, elásticas. Me quedaban a la perfección. Su tacto era una
caricia sobre mi piel. En ese momento, mi género cambió, de él a ella. Desde
ese momento, me convertí en Pepi.
Un solo momento duro mi felicidad. Un par de toques en la puerta,
hicieron que me pusiera completamente nerviosa…
-¿Qué haces? -Pregunto Juani esperando al otro lado de la puerta.
-Nada. -La típica respuesta que se puede esperar en esa situación,
Estoy en el baño.
El momento de nerviosismo continuaba, y
dándome prisa volví a mi estado anterior. Me quite nerviosa las braguitas,
mientras esperaba que las pisadas de Juani se encaminaran hacia otro lugar.
Cuando creí que esto ocurría, me dispuse a
salir del baño con tan maravilloso tesoro escondido en mi bolsillo. Con pasos rápidos,
llegando al dormitorio de mi madre, abrí su cajón, y volví a dejar las
braguitas tal y como las había encontrado.
Durante ese momento, esos diez o quince
minutos, mi corazón latía por la emoción de ser la primera vez que me vestía
tan maravillosa prenda. No paraba de recordar el suave tacto sobre mi piel de
aquella maravillosa prenda que me había convertido en chica.
Estoy segura que Juani intuía algo. Nada más
cerrar el cajón, y encaminando mis pasos hacia la salida del cuarto, enfrente
de mí, en la puerta, estaba ella…
Una vez más…-¿Qué haces? Volvió a preguntar.
–Nada bueno, seguro! Increpo ella.
-¡Anda!, ¡vete a tu cuarto!. Y no te quiero oir en toda la tarde.
Cabizbaja, terminé de salir de la habitación,
aun con la excitación propia del momento y del encuentro con Juani.
Tenia que buscar algún medio para tener mi
propia ropita. Eso de estar urgando en los cajones de mi madre, seguro que nada
bueno me podría traer. Alguna prenda mal colocada, podría hacer que se
descubriera mi todavía precoz amaneramiento.
Descubrir su armario,completamente colocado, y su ropita mas juvenil que la de mi madre, hacia que mi mente no parase de dar vueltas intentando adivinar los secretos que ese armario escondia.